martes, 11 de septiembre de 2012

La búsqueda final de Ricardo III, último rey guerrero de Inglaterra

Los arqueológos creen haber hallado a Ricardo III, el ultimo rey inglés en expirar el anima en un campo de batalla. Ese que murió con las palabras “¡traición, traición, traición!” en los labios. El mismo que en su ultima carga derribó al espadachín más prestigioso del reino, John Cheney; y que, ya agotado, mató al portaestandarte de Enrique VII. Se quedó a las puertas de la gloria; a una espada de distancia de su odiado enemigo pereció bajo una lluvia de mandobles. Las crónicas galesas cuentan que el golpe del hacha de Sir Wylliam Gardynir fue tan terrible que el casco de Ricardo III (1452-1485) se hundió en su real cráneo.

La ubicación del cadáver de este combativo monarca cree haberse hallado bajo el aparcamiento del ayuntamiento de Leicester. Ya se tenia constancia de que sus restos reposaban bajo una iglesia franciscana demolida durante la Disolución de los Monasterios (1536), una medida que privó al catolicismo de sus heredades, que pasaron a la Iglesia Anglicana.

Richard Buckey, de la Universidad Arqueólogica de Leicester, afirma que los vestigios encontrados apuntan a la iglesia de Greyfriars: parte de la tracería de una ventana, restos de cristal opaco y trozos de techo utilizados antaño en edificios prestigiosos, además de un pasaje que conducia al claustro.

Sin embargo, algunos documentos históricos apuntan a que el cuerpo de Ricardo fue exhumado durante la Disolución de los Monasterios y arrojado al lecho del río Soar.

Ricardo III ha llegado a nosotros como un ser amorfo, jorobado y cojo. Pero en realidad era un combatiente formidable que, como lugarteniente en las batallas de Barnet y Tewkesbury (1471), le ganó el trono a su hermano Eduardo IV. Los años de paz le convirtieron en el hombre más poderoso de Inglaterra, acumulando los cargos de Gobernador del Norte, Gran Chambelán, Condestable de Inglaterra y Lord Almirante.

“The King is dead, long live the King” suele decirse cuando fallece un monarca y se nombra a uno nuevo. Cuando murió Eduardo IV, la ambición de poder llevó a Ricardo a encerrar en la Torre de Londres a sus dos sobrinos, los siguientes en la línea de sucesión. Como Lord Protector les declaró ilegítimos, con la aquiescencia del Parlamento, y ejecutó al hermano de la reina por conspirar contra él. Nunca más se supo de los dos infantes recluidos, aunque en una remodelación de la Torre de Londres se encontraron los cuerpos de dos niños.

Parte de la nobleza incondicional del rey secuestrado, Eduardo V, se sublevó, apoyando a Enrique Tudor como candidato al trono de Inglaterra. La invasión desde Bretaña en 1483 fracasó, pero dos años después Enrique desembarcó con 5.000 hombres en la isla. Los dos ejércitos se vieron cara a cara en la batalla de Bosworth (1485), donde pereció Ricardo III. Su cuerpo desnudo fue expuesto en la Colegiata de la Anunciación de Nuestra Señora y después ahorcado.

Para algunos historiadores la intermitente Guerra de las Dos Rosas, entre los York y los Lancaster, tuvo su fin con la coronación de Ricardo III. Otros sostienen que fue la muerte de este lo que resolvió el conflicto. El vencedor, Enrique Tudor, pasaria a ser conocido como Enrique VII y su blasón aunaría la rosa blanca York con la roja Lancaster. Las Dos Rosas fue una guerra civil que ha inspirado literariamente desde a Shakespeare (famosa frase es “¡mi reino por un caballo!”) hasta a George R. Martin como modelo feudal para Juego de Tronos. Si los restos de Ricardo III no fueron arrojados al río Soar, es muy posible que Reino Unido recupere a una figura importante en su historia.


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