lunes, 19 de marzo de 2012

Cincuenta años de un sueño llamado 'Atapuerca'


Se cumple medio siglo del descubrimiento en la Trinchera del Ferrocarril
Hoy es uno de los yacimientos más importantes del mundo
L. Sierra | Ical | Burgos
Junio de 1968. El espeleólogo burgalés José Luis Ulibarri escribe una carta a su colega Francisco Jordá. Es breve, precisa. Le indica que "unos 700 metros antes de la localidad de Ibeas de Juarros (Burgos) y a 200 metros a la izquierda de la carretera, en unas tierras labradas, ha encontrado numerosos sílex, la mayoría de buen tamaño. Muy pocos trabajados. De gran importancia. Similares a los primeros que aparecieron en 1962, pero de apariencia más antiguos".

Atapuerca está de enhorabuena. Se cumplen 50 años del comienzo de un sueño. Del inicio de una aventura emprendida por el destinatario y el autor de la anterior misiva en una época en la que poco o nada se conocía sobre la Evolución Humana, la Paleontología y la Arqueología en una España que intentaba superar los ecos de la posguerra para abrirse al exterior. Los primeros científicos que llegaron al que hoy es uno de los yacimientos más importantes de toda Europa, lo hicieron sin medios, por casualidad y sin la ayuda económica de ninguna administración.
Todo comenzó en el otoño de 1962. Sin constancia del día exacto, los miembros más veteranos del grupo de espeleología burgalés Edelweiss lo sitúan en octubre. Fue el propio José Luis Uribarri, miembro del grupo, quien en una de las cavidades situadas en el trazado de la Trinchera del Ferrocarril localizó diversos huesos fosilizados, lo que le permitió evidenciar la gran antigüedad de aquel yacimiento inabarcable al que bautizaron como Trinchera, sin diferenciar como hoy entre los yacimientos de Galería y Gran Dolina.

Ana Isabel Ortega y Miguel Ángel Martín, miembros de Edelweiss y conocedores de aquella historia que después marcó sus vidas, hacen memoria desde el despacho que Ortega ocupa en la actualidad en el Centro Nacional de la Evolución Humana, anexo al Museo de la Evolución Humana. "Fueron los veteranos del grupo los que iniciaron el trabajo de campo en unas condiciones de extrema dureza, en las que prácticamente no había nada para picar aquella gigante pared en la que al parecer había restos humanos", explica Ortega.

Pese a que el descubrimiento tiene lugar en 1962 no es hasta abril del año siguiente cuando se produce la visita oficial al yacimiento. "Fueron muchas personas, se hicieron todos la foto y fue el momento en el que se dieron cuenta de lo viejo que tenía que ser aquello", relata Martín, quien escuchó en su momento contar esta historia a quienes la vivieron en primera persona, ya fallecidos. Es en este momento cuando comienzan a aparecer nuevas piezas que hacen que muchos arqueólogos y paleontólogos fijen su mirada en la sierra burgalesa. "Apareció el primer bifaz del que hay constancia y se dató en el Paleolítico Inferior".

Campaña para recordar

Por aquel momento, el Museo de Burgos era el único espacio dedicado a la Historia Antigua de una pequeña ciudad de provincias que se abría a vecinos de los pueblos limítrofes que llegaban a trabajar a las industrias que se iban instalando en los polígonos de las afueras. Basilio Osaba era el director por aquel entonces del Museo de Burgos y no dudó en ponerse en contacto con el mejor especialista del Paleolítico que había en aquel momento, Francisco Jordá, quien trabajaba en la Universidad de Salamanca.
Es el propio Jordá quien se pone en contacto con el director del Museo Paleontológico de Sabadell por aquel entonces, Miquel Crusafont, e inicia en el verano de 1964 la primera campaña de excavaciones. Poco o nada tuvo que ver aquella campaña con las que se realizan en la actualidad. Sin andamios ni útiles para hincar el diente a la pared de la Trinchera, sí que se hicieron otros importantes trabajos de campo como un croquis a mano del yacimiento de Gran Dolina, obra de Llopis Lladó que permitió conocer el entresijo de la cavidad en la que años después aparecerían los restos de la especie Homo Antecessor. "Era poca gente pero se hizo mucho", destaca Martín, quien agrega que en estas primeras campañas se desplazaron personas de todo el norte del país entusiasmados con el yacimiento.

Permisos y expolio

La ausencia de una ley estatal que velase por el patrimonio y la carencia de una administración centralizada en la que no existían gobiernos autonómicos, y mucho menos ayudas por parte de éstos, hizo que los primeros años de Atapuerca fuesen caóticos y algo confusos. El eco de las noticias que llegaban desde los medios de comunicación, que ya por aquel entonces hablaban de Atapuerca como "el yacimiento prehistórico más importante del país", llevó a paleontólogos de todo el país a intentar rascar algo en la sierra de Atapuerca. "No se ha contabilizado todo lo que pudieron llevarse, pero fue mucho", sentencia Martín, quien explica que muchos de los grupos de trabajo de la época eran "obreros" que pasaban horas y horas picando hasta encontrar fósiles que llevarse.



"No se ha contabilizado todo lo que pudieron llevarse, pero fue mucho"

Uno de los museos al que fueron a parar los restos de Atapuerca fue el de Sabadell. El equipo encabezado por Crusafont se llevó muchas de las piezas que encontró en la campaña de excavaciones a su museo y, ante la ausencia de reclamación alguna, exhibió durante años los restos en una vitrina en la que podía leerse "restos del Paleolítico Inferior del yacimiento de Trinchera. Atapuerca, Burgos".

Alarmados por la presencia de intrusos, el Boletín Oficial de la Provincia de Burgos publica el 24 de octubre de 1968 una norma en la que se indica que "queda absolutamente prohibida la entrada a las cuevas que poseen interés artístico o yacimientos prehistóricos a toda persona que no vaya debidamente provista de un permiso especial que otorgará el Servicio Espeleológico Provincial". Sin embargo, no sería hasta la promulgación de la Ley de Patrimonio en 1985 cuando todos estos incidentes quedasen resueltos por completo y ningún particular pudiese salir del yacimiento con restos en sus manos o furgonetas.

Primeros reconocimientos

La primera exposición que oficialmente exhibió el material más importante hallado en las cavidades de la sierra burgalesa tuvo lugar en 1968 en el Museo de Burgos, ubicado en la calle Calera. En junio de ese año, el grupo Edelweiss recibe los primeros restos paleontológicos estudiados por el profesor Villalta, datados en unos 500.000 años, que sirven de excusa para atraer la atención hacia el recién remodelado museo provincial de la capital.

La exposición coincide en el tiempo con el descubrimiento de otro gran hito del arte prehistórico: Ojo Guareña. La mayor parte de los estudiosos que participaban en Atapuerca se dieron cuenta de lo fácil que resultaba encontrar restos en Ojo Guareña y las horas que había que emplear en Atapuerca y deciden abandonar temporalmente el proyecto burgalés. Se inicia un parón de años, recuperado por Trinidad Torres. 'Trino', como le conocían sus amigos, inicia sus trabajos en la Sima de los Huesos en 1975.

"Queda muy sorprendido al entrar en la gran cueva de los osos", relata Martín, quien describe aquel espacio como una gran cavidad con restos de osos de todos los tiempos. En una de las campañas de Trinidad Torres aparecen junto a los restos de osos los primeros fósiles humanos que Trino muestra a su director de tesis, Emiliano Aguirre. "Eran dos trozos de mandíbula sin mentón que casaban perfectamente y de los que se supo nada más verlos que eran del Pleistoceno Medio".

Emiliano Aguirre y su equipo

El antes y después de Atapuerca lo marcó Emiliano Aguirre, considerado como el padre de Atapuerca, pese al camino emprendido antes por muchas otras personas. "Emiliano decidió montar su propio equipo, excavar la roca de arriba abajo y pasó años enteros preparando el yacimiento para que luego se fuera descubriendo lo que después se descubrió", agrega Ortega, quien recuerda con gran cariño su primera campaña en 1983 en la que conoció a "José Mari, Eudald y Juan Luis"; quienes con el paso de los años se convertirían en codirectores y el rostro vivo de Atapuerca.
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/18/castillayleon/1332092499.html

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