martes, 24 de enero de 2012

Reyes como ya no los hacen


Poeta, filósofo, rebelde, libertino, audaz, probablemente homosexual...
Federico el Grande revive en la Historia de Alemania
Rosalía Sánchez | Berlín
Después de sobrevivir a una leyenda negra que presentaba a Federico II como un precedente de Hitler, como el primer impulsor del imperialismo prusiano, y tras unos largos prolegómenos que han ido descubriendo sus facetas más ilustradas y artísticas, casi intelectuales, la figura histórica de Federico el Grande estalla ahora en un orgasmo de humana popularidad, en la conmemoración del tercer centenario de su nacimiento, de forma que esta figura histórica adquiere hoy la categoría de referencia para los alemanes.

La metáfora del orgasmo está justificada por el reciente descubrimiento de un poema en el que Federico el Grande de Prusia ensalzó los placeres de la carne y describió su personal vivencia de las delicias del clímax sexual. La poesía, que ha despertado en la Alemania del siglo XXI más interés que toda la obra literaria junta de este rey, data de 1740 y está escrita en francés, como toda su obra lírica. Formó parte de la correspondencia que mantuvo con filósofos de la Revolución Francesa y estos versos, concretamente, se los envió a Voltaire, como pretendida muestra de que un alemán prusiano era perfectamente capaz de sentir "con tanta intensidad" como un europeo del sur los deleites de la carne.

"Fuera de sí, temblando de impaciencia...", describe Federico el Grande. "¡Divina lujuria!", estalla. "Besos, suspiros de placer que me derriten… y morir", concluye. El poema, al que se le perdió la pista a partir del siglo XVIII, ha aparecido en el archivo secreto de la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano, en Berlín y ha acercado al pueblo alemán como nunca antes la figura histórica de Federico el Grande, que se presenta, incluso, como un brote verde de postmodernidad adelantado a su tiempo.

El poema ha tenido como consecuencia, además, la revisión historiográfica de la vida sexual de Federico II, que se casó con Isabel Cristina, hija de Fernando Alberto II de Brunschwick en 1773, un matrimonio que nunca tuvo hijos. Según el relato historiográfico más aceptado, el matrimonio nunca fue consumado y Federico fue obligado por su padre a presenciar la decapitación de su amante, el teniente Hans Hermann von Katte. Los rumores sobre la homosexualidad de este rey fueron alimentados por su inclinación a la Filosofía, las letras y las artes, más que a las armas y a la disciplina militar a las que le empujaba su padre. Su biógrafo Jens Biskuy, sin embargo, asegura que "en el momento de acceder al trono, en la década de 1740, podemos asegurar que en el mejor de los casos su actividad sexual se limitaba a la categoría de 'verbalmente activo'" y atribuye la evidente homofilia del personaje a la tensión generacional, que alcanzó su cima en el intento de fuga a Francia, en 1730, con la intención de dejar atrás la educación tiránica de su padre, las obligaciones de heredero y la esperanza de poder llevar en París una vida de artista.

Por ir a los hechos: podemos destacar de Federico que evitó la pena de muerte y abolió la tortura, aunque desató guerras que convirtieron a Prusia en una potencia europea y que costaron la vida a millones de personas. Impulsó la codificación del Derecho prusiano, promulgando un código legislativo, el llamado Código de Federico, según el principio de que la ley debía proteger a los más débiles. Estableció la independencia judicial y en las campañas militares, destacó por su gran capacidad y visión, táctica y estratégica, tanto que es considerado como uno de los mayores genios militares de toda la Historia, siendo comparado con Alejandro Magno, Julio César o Napoleón, que reconoció haberse inspirado en él. En su afán por repoblar un país demográficamente deprimido, declaró que no le importaba recibir "turcos y herejes", así como permitirles levantar "mezquitas y capillas". Leyó 'El Espíritu de las Leyes', de Montesquieru, y expresó en una comunicación dirigida a la Academia de las Ciencias que le había parecido "muy bien".

Algunos historiadores, como Wolfgang Burgdorf, reniegan del apodo 'el Grande' cuando recuerdan episodios como aquel en el que, tras regresar de la guerra que había costado la vida a una séptima parte de la población prusiana, se echó a llorar sobre el cadáver de uno de sus perros, que había fallecido en su ausencia. Estos biógrafos prefieren referirse a él como Federico II. Karl Marx lo llamaba 'Federico el Único', para Treischke fue un "milagro de heroísmo" y para Dilthey un "genio de la escritura". Guillermo II, su tatarasobrino nieto, rezaba a menudo en su tumba, el mismo lugar en el que Hitler y Hindemburg se dieron la mano. Erich Honecker lo convirtió en un icono del socialismo y Helmut Schmidt leyó el texto de su dimisión como ministro de Defensa junto a un busto del rey, que decoraba su despacho en Bonn.
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/01/23/cultura/1327331945.html

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